Carlos Lavado, heredarán las estrellas, nuevo libro, 1ª parte

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Nuestro querido escritor tántrico, el mundialmente reconocido Carlos Lavado, heredero de las mejores letras peruanas y españolas, está a punto de publicar un nuevo libro que se titulará "Heredarán las estrellas". Está en los últimos retoques, pronto saldrá a la venta. Hemos tenido el honor de ser los primeros para poder anunciártelo. Aquí va la 1ª de tres entregas, espero te gusten. Agradecemos tus comentarios.

Sólo habían pasado cuatro años, sólo cuatro, de llevar casada pero parecían cuatro eternidades juntas. Tenía el rostro cincelado en llanto, y aún peor, en llanto solitario. Sus ojos, antes vivos y llenos de fuerza, estaban cansados de odiar y derramar lágrimas a escondidas de la prensa del corazón. Su voz, aquella dulce y sensual con su acento catalán, se había quebrado en un gorgorito lastimero además de socorro. Incluso su sonrisa que sólo poco antes de casarse servía como llave para abrir puertas estaba encadenada en pesadumbre y llena de herrumbre. Ya no batía las cejas como antes, le pesaban, como sólo pueden pesar los malos recuerdos. Era aún muy joven pero su piel era ya de una persona mayor, arrugada y hastiada; pero no las arrugas y hastío de la vejez de la edad, sino aun peor, la de la desesperanza. Para entonces se había dado cuenta que había cometido el peor error de su vida, pero era un error que no tenía fuerzas de remediarlo. Vivía una vida falsa en un palacio real. Lo de palacio era literal. A Jesús le dio la vena del esnobismo y convirtió la casa de Pozuelo de Alarcón en una obra de buena decoración y gusto exquisito. Las revistas especializadas en el tema hacían cola para fotografiar la mansión de moda y hacían reportajes de la familia más mediática que jamás se conoció en el mediterráneo. Jesús no presentaba a su familia a la prensa: las lucía; como se luce la joya más rara, el coche más caro y el capricho más extravagante. Dolors era su trofeo más preciado. La bella diseñadora, hija de una de las familias catalanas con más abolengo y exitosa empresaria, ensayaba una sonrisa triunfal que a todas luces era un grito ahogado de auxilio. El tercer miembro de la familia era la pequeña Àngels. Ella era el único consuelo de Dolors y a ella se aferraba en los momentos de mayor angustia.

De aquello primeros años tan equivocados había nacido la pequeña Àngels. Nació con problemas de oído. Los médicos diagnosticaron hipoacusia congénita. Dolors que nunca había escuchado esa enfermedad en su familia hizo un rastreo y descubrió que su bisabuela materna había parecido el mismo problema. La pequeña Àngels había llorado la primera semana de nacida casi sin parar hasta que los médicos diagnosticaron su dolencia y pudieron empezar a tratarla. Dolors recordaría esa primera semana como siete días de desesperación e impotencia ante el llanto de su hija. Sin embargo y a pesar del dolor y desesperación de esa primera semana no fue nada comparado con la pesadilla que había sido todo el embarazo.

Desde el mismo instante que el ginecólogo confirmó su embarazo y se lo comunicó a Jesús, éste se alegró tanto que dio un giro radical a su comportamiento. Se volvió atento, detallista, cariñoso y hasta romántico. Por esos días se le dio por preparar cenas con velas, poca luz y música suave, y cuyo colofón siempre eran los gemidos orgásmicos desaforados y escandalosos que, gracias a Dios, nadie escuchaba­—protegidos por los más de tres mil metros de jardín—ya que hubiesen escandalizado hasta a las mismísimas piedras. Al hacer público el embarazo de su mujer la revista Vogue les dedicó la portada y un reportaje especial en donde se veía a Dolors, sin tripa, y con la última sonrisa verdadera. Todo parecía ir tan bien que la catalana se convenció a si misma que lo había cambiado, que había hecho de Jesús un hombre nuevo y diferente. Y todo parecía darle la razón, Jesús era otro desde que supo que iba a ser padre. Llegaba temprano de los entrenamientos. Se pasaba todo el día en casa consintiendo a su mujer y mimándola hasta en los caprichos más insospechados. Buscaba nombres; fuertes, varoniles y que sonaran a macho ibérico por si era niño; y dulces, suaves y melódicos por si era niña. Todo iba viento en popa hasta que cerca del tercer mes de embarazo empezó la pesadilla. Dolors perdió el apetito y peligrosamente, peso. Hasta esos días había llevado bien los vómitos y las arcadas, pero por esas fechas empezaron a ser tan incontrolables como repentinos. Dolors se pasaba el día vomitando. Y lo peor de todo, ante los deseos carnales de Jesús, era el dolor en los pechos. Dolors sentía un dolor terrible en ambos pechos, pero principalmente en las aureolas, con el sólo roce de la ropa, era tan fuerte que no dejaba que Jesús le pusiera una mano encima. Lo que terminó de complicar la situación fue el sangrado de encías. A la diseñadora las encías se le inflamaban y sangraban con una facilidad que asustaba. Fueron al ginecólogo y éste sólo confirmó lo que ya sospechaban: existía un alto riesgo de aborto. Todo lo bien que había llevado su embarazo los casi tres primeros meses se convirtieron en un calvario. Sin embargo la verdadera pesadilla empezó cuando el ginecólogo determinó: “Para prevenir consecuencias catastróficas os recomiendo abstinencia absoluta”. El ginecólogo dejó abierta la posibilidad de disfrutar de una sexualidad distinta pero Jesús entendió a su manera el adjetivo distinto.

Empezó a llegar cada vez más tarde a casa con la excusa de sesiones especiales de preparación con miras a partidos importantes. Dolors que siempre le esperaba despierta salía a recibirlo cuando escuchaba el coche entrar al garaje. A veces el olor a whisky para pobres con dinero era tan insoportable que Dolors lo sentía como una bofetada, huía a vomitar. Poco a poco un silencio, como un enorme abismo, fue creciendo entre ellos. Dolors estaba dispuesta a cualquier cosa, hasta llegó a acceder a tener sexo a pesar de las recomendaciones expresas del ginecólogo, a cambio de no sentir aquella indiferencia tamizada en silencio. Ese silencio llegó a dolerle en el alma y se hacía aún más tangible y desolador en una casa enorme. Los viajes se volvieron mucho más continuos de los habituales y siempre era por la misma razón: los partidos a domicilio. Incluso cuando tenían que viajar a Europa por los partidos internacionales siempre encontraba la forma de ausentarse casi una semana de casa. La prensa rosa, pero principalmente un programa sabatino que vivía del escándalo, empezaron a insinuar la existencia de problemas en el matrimonio más mediático de España. Dejaban caer rumores, e insinuaban situaciones y personas involucradas con calculada maldad. Toda esa información llegaba a oídos de Dolors. Era imposible aislarse de esa vorágine de rumores y cotilleos. Algunos familiares y amigos, verdaderos o supuestos, conocidos y hasta desconocidos se tomaban la libertad de opinar y hasta de hacer bromas de gusto dudoso sobre la vida de la pareja. Dolors de forma inconsciente se aislaba cada vez más del mundo. Llegaba a casa y se encerraba, literalmente se encarcelaba. No encendía la tele, no leía revistas del corazón, no escuchaba ni la radio para no tener que oír toda la sarta de barbaridades que se decían de su matrimonio, pero sobre todo de ella, y su cabeza con cornamenta. Embarazada del hombre que amaba, vivía aislada y en un martirio constante, llevando su desasosiego con llantos diarios y ataques de pánico. Llegó a estar tan alterada por esos días que cuando alguien la llamaba y le decía: ¿sabes qué.........…? ya sea que tuviera que ver con su vida personal o no ella reaccionaba protegiéndose.

—¡¡¡No quiero saber nada!!!¡¡¡No me cuentes nada!!!¡¡¡No me interesa!!!

Preñada, triste, sola y con las manos permanentemente en sus oídos llegó al séptimo mes de embarazo. Una noche, fue viernes, justo antes del partido del año, como la prensa deportiva había llamado al clásico de los clásicos, Dolors se dio cuenta que Jesús había vuelto en secreto al lecho de la periodista deportiva. O tal vez nunca lo habían dejado, razonó con dolor para sí misma. Fue una evidencia tan certera que lo dio por hecho a pesar que no tenía pruebas pero al día siguiente, sábado, el programa sabatino que vivía en el escandalo continuo publicó las fotos definitivas. Ese sábado por la noche Dolors se encontraba sola, en casa, siguiendo el partido de futbol cuando empezó a sonar el teléfono, eran supuestas amigas y familiares advirtiéndole que en el famoso programa del canal rival se estaba hablando de ella y Jesús. Dudó si cambiar de canal, se preguntó si de verdad quería escuchar ese programa, siguió mirando el partido de futbol pero su cabeza ya estaba en el programa de cotilleos, intentó controlarse pero, al final, ya sea porque el ser humano por defecto siempre tiende a lo peor, cambió de programa. Efectivamente su matrimonio era tema de debate. Vio las fotos. No una, ni dos, ni tres, muchas. En ellas se veía a Jesús con la periodista deportiva en la casa que según la presentadora del programa ya compartían como pareja. Una de las tertulianas, lenguaraz y malhablada, opinaba con aire de erudita sobre las carencias de Dolors, como mujer, al no haber sabido satisfacer y retener a un hombre como Jesús. Otra, menos lenguaraz pero no por eso mejor hablada, vertía sabiduría sobre las cualidades y mano izquierda que debería tener cualquier mujer para saber llevar a un futbolista de esa fama y prestigio. Y la tercera tertuliana simplemente se vanagloriaba del precio que el programa había desembolsado para obtener dichas fotos. Dolors empezó a sentirse mal, le faltaba el aire y se ahogaba. Atónita frente al televisor pudo sentir como su corazón se desgarraba en mil pedazos. No hay forma de explicar el crujido que hace un corazón al romperse. Ella lo sintió: el ruido más espantoso del mundo, el dolor más brutal. Dolors inconscientemente se llevó las manos a la tripa y protegió a su hija. Una lagrima, después otra y otra y otra y otra más brotó de sus ojos catalanes.

—¡¡¡Déu!!! —Dijo llorando desconsoladamente— ¡¡¿¿Por qué??!!
—Ninguna alma humana viene al planeta—le susurra la luz brillante de tonalidades doradas—de mala gana o como castigo.
—¿¿¡¡Por qué a mí!!?? —Sollozó Dolors—¿¿¡¡Qué he hecho para merecer esto!!??
—Te veo a menudo llorando en un rincón—agrega la luz brillante de tonalidades doradas hablándole a su parte terrenal o mundana—tan deprimida, tan sola, desesperada y veo la hermosa energía de los guías a tu alrededor sin hacer nada porque tú no nos has dado permiso para que podamos hacer nada en absoluto.
Jesús llegó a casa el domingo a las dos de la madrugada y encontró a Dolors preparando sus maletas para regresar a Barcelona.
— ¿Qué haces? —se hizo el sorprendido.
—Me marcho.
— ¿Por qué, amor? —su cinismo corroía—. ¿Qué ha pasado?
Dolors le miró a los ojos pero más que furia había cansancio en esa mirada rendida. Durante mucho tiempo sus amigas más cercanas se habían preguntado porque una mujer como Dolors, que no que dejaba que nadie le levantara la voz ni le faltara el respeto en su empresa, era tan débil frente a Jesús. Nunca nadie supo responderle hasta muchos años después cuando conoció al terapeuta. Lo cierto era que las palabras de Jesús tenían el mismo efecto hipnótico que la música pungi de un encantador serpientes.

— ¿No te habrás creído lo de esa mierda de programa?...................Es falso. Todo es mentira. ¡Yo no estoy liado con esa periodista!
—Jesús, no soporto seguir casada contigo.
El futbolista se quedó petrificado. Su bellísimo rostro griego perdió elegancia y su melena se marchitó.
—Regreso a Barcelona y pediré el divorcio.
—Nadie deja a Jesús Soria—amenazó cambiando de tono de voz y de actitud. Se acercó a Dolors y la sujetó fuertemente de la cintura al mismo tiempo que sus labios buscaron los de ella.
— ¡Jesús, déjame! ¡Me haces daño!
—Es falso, tontina. Tú eres la única mujer a la que amo.
Él la besó a la fuerza pero ya esos besos habían empezado a ser amargos. El amor había empezado a podrirse y hasta las caricias no dejaban un rastro de placer sino ulceras a lo largo del cuerpo.
—Jesús, me marcho—dijo ella sin ninguna convicción.
Jesús la besó y ella sintió como el veneno de la dependencia emocional entraba en su cuerpo. Los besos de Jesús eran como el pungi de un encantador de serpientes. Dolors intentó resistirse pero ni siquiera ella estaba convencida de su propia lucha.

Jesús la besó con más fuerza si cabe. A pesar de ser besos fríos para ella esos labios tenían el poder de un imán, el encantamiento de un pungi, la fuerza de un agujero negro. Siguió diciendo Jesús no, no, no, pero cada vez más sentía que se rendía, hasta que con el último beso de Jesús se rindió para los siguientes largos veinte años.

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Esperamos te haya gustado. ¿Quieres leer la 2ª parte? Antes, déjanos tu comentario, gracias. Aquí tienes todas las entregas por si te perdiste alguna.

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Conoce al autor

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Swami Kurma Rajadasa es Monje Sivaíta, filósofo Sivaíta y Vedanta Advaita, investigador de la Consciencia y de la Naturaleza Humana.
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