Carlos Lavado, heredarán las estrellas, nuevo libro, 2ª parte

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Nuestro querido escritor tántrico, el mundialmente reconocido Carlos Lavado, heredero de las mejores letras peruanas y españolas, está a punto de publicar un nuevo libro que se titulará "Heredarán las estrellas". Está en los últimos retoques, pronto saldrá a la venta. Hemos tenido el honor de ser los primeros para poder anunciártelo. Aquí va la 2ª de tres entregas, espero te gusten. Agradecemos tus comentarios.

—Antes de empezar—precisó Jorge Aranda intentando buscar las palabras adecuadas para no ofenderle y ser lo más educado posible—quiero dejar claro que yo no creo en tus métodos. Estoy aquí por insistencia de Claire y porque le prometí hacer todo lo posible para que quedara embarazada. A decir verdad, y perdona por mi absoluta franqueza, no veo la forma en que nos puedas ayudar. Me he………………..
—Cholo, please—intervino Claire—. Easy.
— ¡Está bien!, ¡está bien!—terció Claudio Oroz—. Agradezco tu sinceridad. No me ofendo por ello—Claudio analizaba cada movimiento, gesto y reacción tanto de Claire como de Jorge Aranda—. Me gustaría que terminaras lo que ibas a decir.
—Me he informado; quiero decir, sobre ti—Jorge Aranda le clavó los ojos como puñales y lo primero que el terapeuta dedujo es que el médico era un ser discreto, muy reservado. Su parquedad no era timidez, más bien autoprotección. Y lo segundo, iba de cara. Lo que pensaba lo decía, pero de frente, mirándole a los ojos —. Tienes una historia peculiar. Eras una promesa, realmente lo eras. Toda la información que tengo sobre ti es que eras excepcional.
—Pero…………—ironizó Claudio Oroz con una sonrisa.

—Elegiste mal. Te pasaste a la pseudociencia, y por ende a la pseudomedicina—Jorge Aranda le hablaba con convicción, como hace un profesor con sus alumnos, o un padre riñendo a su hijo pequeño—. Conozco las teorías que tú defiendes y aplicas. No tienen ninguna base científica, real, empíricamente demostrable. Y lo que más me preocupa es que quieres aplicar eso—dijo el pronombre con tal desprecio que Claudio Oroz lo sintió como un escupitajo—en mi mujer y, sino fuera porque ella se ha empeñado en venir y hasta me ha amenazado con venir sola sino la acompañaba, y mira que he intentado todo para hacerla cambiar de opinión, yo no estaría aquí.
Claudio Oroz había aprendido a vivir con el rechazo y desprecio de la ciencia oficial, y recelo y hasta miedo de la gente común y corriente. Años atrás, cuando se hizo la promesa de investigar la conexión del ADN y las emociones humanas, sabía que se metía en un terreno muy pantanoso. Esas investigaciones rápidamente le llevaron a conectar con un biólogo celular que estaba realizando estudios pioneros entre la membrana celular y las modificaciones de las células según su entorno. Su nombre era Bryce Linwood y había hecho avances importantísimos en ese campo, aunque su lista de detractores era cada vez mayor. Lo más suave que se decía de este científico americano nacido en new Cork, Nueva York, es que no entendía la biología evolutiva, aunque los mayores detractores le llamaban, sin ambages, charlatán o estafador. Para Claudio Oroz fue como encontrar su alma gemela profesional. Juntos empezaron a trabajar en la teoría de que los genes y el ADN pueden ser manipulados por las creencias de las personas. Fueron los primeros en exponer la idea de que nuestro cuerpo es programable mediante el lenguaje, las palabras y los pensamientos. Todas sus vanguardistas hipótesis fueron rechazadas por la comunidad científica al considerarlos irrelevantes y no sólo eso sino que fueron acusados de haber tergiversado sus investigaciones para adaptar sus resultados. Pero ellos no se rindieron. En una revista de muy bajo impacto científico, a decir verdad, publicaron su investigación en donde explicaban que el ser humano sólo utiliza el 10% del ADN para construir proteínas y es ese pequeño porcentaje en el que la ciencia oficial está centrada en estudiar, examinar y categorizar. Sin embargo, explicaban ellos, el restante 90%, considerado ADN basura, siguen las mismas reglas que todas nuestras lenguas humanas. Formulaban en el artículo que las reglas de la sintaxis (modo en que se juntan las palabras para formar expresiones y frases), de la semántica (estudio del significado de las formas del lenguaje) y las reglas básicas de la gramática siguen unas pautas exactamente iguales a los pares alcalinos del ADN, lo que les llevó a concluir que las lenguas humanas no aparecieron por casualidad sino que son un reflejo de nuestro ADN inherente. Y por lo tanto, concluían, que es normal y natural que el ADN reaccione ante el lenguaje. Muchas voces se alzaron en su contra pero la principal fue la de un oncólogo y profesor—muy respetado y con un prestigio más alto que su ego—, de cirugía de la Wayne State University School of Medicine que les llegó a calificar de “pair of cranks”.

No había pasado un año de ese despropósito científico en forma de estudio, como lo llegaron a calificar prestigiosísimas revistas, a ese primer trabajo en conjunto de Claudio Oroz y Bryce Linwood, cuando el “pair de cranks” publicó, en la misma revista de bajo impacto, otra investigación que años después empezaría a ser aceptada y estudiada por las mejores universidades pero que en aquel año, 1995, era un desatino total. La hipótesis de que el ser humano podría haber nacido con recuerdos de sus ancestros impresos en el ADN era ya no sólo un despropósito sino una estupidez sin ninguna base científica para ser tomada en cuenta. El desconcierto científico fue aún mayor cuando ellos desarrollaron su teoría. Explicaban que esto podría aclarar por qué algunas personas saben cosas que nunca aprendieron, talentos que nunca practicaron o desarrollan dones maravillosos que en condiciones normales tomaría años de riguroso entrenamiento. Incluso explicaría la causa subyacente de las fobias irracionales. Eventos traumáticos y estresantes para las siguientes generaciones, heredados de sus antepasados. Sería, de hecho, un mecanismo de defensa ante, por ejemplo, miedo a las arañas, heredado de un aterrado ancestro ante su encuentro con los arácnidos. Consideraban, también, a los instintos como una forma de memoria de nuestros ancestros, que lo llevaríamos en los genes y que daría forma a nuestro cerebro en una dirección determinada. Dejaron claro, en definitiva, que sólo estaban arañando la superficie del ADN y que sin duda habría más conexiones que aún no habrían descubierto, pero tenían la certeza que los recuerdos de nuestros antepasados, fobias, dones e incluso ciertas experiencias o aprendizajes, tendrían que haber impactado en el material genético y trasmitido de generación en generación y darían, sin duda, forma al ADN. Cayeron en desgracia.

La presión, desprestigio, acoso profesional y el aislamiento al que la ciencia oficial les sometió fue de tal magnitud que ambos comprendieron que tenían que dejar EE.UU. Claudio Oroz con toda su formación y experiencia tomó la decisión de dedicarse a una rama que le apasionaba: la sanación. Con esa idea, aún envuelto en una polémica enorme, y con el sambenito de ser un antisistema medico tomó la decisión de mudarse a la tierra de su padre y empezar desde cero como terapeuta. Fue así como alquiló un chalet en una montaña silenciosa, frente a un embalse de aguas diáfanas en cuya superficie la luna se reflejaba como un espejo los días de plenilunio. Su nombre era Manzanares del Real y se encontraba en sierra de Madrid. Claudio Oroz se instaló con la intención de pasar desapercibido y con la esperanza de que su fama de fundamentalista holístico no hubiera llegado hasta esa montaña. Lo que él desconocía, y sólo se enteró muchos meses después, es que en la misma proporción que su desprestigio había crecido en los círculos oficiales, su prestigio lo había lo había hecho en los alternativos. Uno de estos círculos había seguido toda la carrera de Claudio Oroz con especial entusiasmo y había celebrado cada logro y cada paso que había dado. Era la “London Holistic Medical Association”. Fue esta asociación la que publicó en su revista mensual “London Holistic Healthcare” un largo reportaje sobre las investigaciones de Claudio Oroz y Bryce Linwood; y fue a esta asociación a la que en su momento acudió pidiendo consejo una desesperada mujer en su afán de quedar embarazada.

—Ya que estamos en la hora de la sinceridad—replicó Claudio Oroz—permíteme que yo también lo sea. También he hecho mis deberes, quiero decir, me he informado sobre ti—Hizo una pausa medida, devolvió la puñalada en forma de mirada a Jorge y continuó—. Naciste en Perú, estudiaste medicina en Cambridge y te graduaste con honores. Toda la información que tengo de ti es que eres, no un buen médico, sino uno excelente. Eres el típico profesional que está tan habituado y depende tanto del sistema médico que lucharías con toda tu fuerza por protegerlo. Eres lo que se conoce como un “system boy”
— ¿System boy? —se preguntó Jorge Aranda en voz alta, rápidamente hizo la conexión mental y después rió con sarcasmo.
—Una persona formada dentro del sistema, moldeada a placer por la medicina convencional—Claudio Oroz hablaba y analizaba, a la vez, la reacción de Jorge Aranda. Medía cada gesto, cada señal no verbal, cada movimiento de brazos, manos, dedos— y tan dependiente del sistema médico que no solo negará cualquier avance que esté fuera de sus fronteras sino que luchará para protegerlo de lo que se supone es una amenaza.
— ¡Es que ustedes son una amenaza! —Refutó Jorge Aranda. El tono de su voz cortaba como una navaja—. Además de un peligro para la sociedad. Hay muchísimos casos documentados en todas partes del mundo de gente que ha muerto. ¡Ha muerto, por el amor de Dios! Por usar pseudomedicinas y tratamiento sin ningún aval científico.

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Esperamos te haya gustado. ¿Quieres leer la 3ª parte? Antes, déjanos tu comentario, gracias. Aquí tienes todas las entregas por si te perdiste alguna.

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Conoce al autor

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Swami Kurma Rajadasa es Monje Sivaíta, filósofo Sivaíta y Vedanta Advaita, investigador de la Consciencia y de la Naturaleza Humana.
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